El ninguneador ninguneado
 
   
 

Juan Carlos Longás García


 


El fragor de la campaña electoral deja entrever elementos ya anticipados, junto a otros nuevos que la hacen inédita y le añaden un punto de interés. Entre los primeros, destaca sobre todo el empecinamiento del PP y sus acólitos navarros (UPN y —digan lo que digan— CDN) en seguir con la cantinela del terrorismo, De Juana (serán muy pulcras estas gentes de la derecha, pero lo que hacen con el Código Penal sólo puede expresarse recurriendo a la escatología) y, por supuesto, la venta de Navarra, nuevamente escenificada el sábado en Baluarte de la mano de Rajoy-Alba y Sanz-Lerín. Por ser el nivel municipal el más próximo al ciudadano, son ocasiones idóneas para hablar de programas, de gestión, de proyectos. Nada de eso. El argumentario de campaña del PP consta de tres palabras: ETA, Zapatero, chantaje. Y les sirve igual en Madrid que en el punto más remoto de las Españas. Las conocidas limitaciones de la derecha navarra reducen tan amplio vocabulario a una sola palabra: venta. Pero los conceptos terminan por perder visibilidad y concreción a base de repetirlos; y si ya el Reyno todo se circunscribió a los estrechos límites de un campo de fútbol, corremos de riesgo de que la venta de Navarra termine siendo una posada al borde de algún polvoriento camino a ninguna parte, de claras resonancias quijotescas (adivinen quién es el ventero y repasen las caracterizaciones cervantinas).


De los elementos nuevos que concurren en esta campaña, se pueden destacar dos: la existencia de una opción política emergente con serias posibilidades de ser segunda en votos y constituirse a futuro en alternativa a UPN; y la posibilidad real, después de muchos años, de un cambio político (social, económico) en Navarra.


Es propio de la derecha vivir cómodamente instalada en la indiferencia y el adormecimiento de la población (el “haga como yo, no se meta en política”). Cuanto menos participe, se involucre y vote, tanto mejor, porque la abstención perjudica, sobre todo, a la izquierda. El problema es que desde el 14-M la derecha anda extraviada, secuestrada por su facción más cerril y cavernícola, vociferante y estrepitosa, desmesurada, crispante y de eterno mal humor. Inasequible al desaliento, lejos de perder impulso con el tiempo, ha ido alimentando con obsesión enfermiza un discurso cada vez más delirante (hay quien se coloca con incienso, hay quien con ácido bórico; mezcladas las dos sustancias, los chutes deben de ser demoledores). Uno de los efectos más significativos de esta estrategia ha sido mantener alerta y movilizado el voto de izquierdas.


A esa estrategia se adhirió con fervor inquebrantable el lehendakari Sanz, dueño de esa rara sabiduría que le permite dar siempre un paso más en el disparate, decir lo que haría sonrojar al más desinhibido y comprometer al rey, a su chófer y al mismísimo Papa si se le pasa por las mientes en el momento “oportuno” (ideas propias no tiene muchas, pero se muestra muy creativo siguiendo consignas). Craso error, cuyas funestas consecuencias se empiezan a ver ahora, cuando las encuestas aventuran la ventura del cambio de gobierno. De hecho, aun contando con el handicap de un caudillo imprevisible y propenso a despropósitos e inconveniencias, UPN parecía optar por una campaña discreta que alejara de la opinión pública la sensación de la inminencia de las elecciones y, sobre todo, de que en ellas se ventilase nada especialmente significativo o valioso. La publicidad escasa, la ocultación de Sanz y la negativa a cualquier debate con otros candidatos son indicios que avalan esta interpretación. Puesto que ni Sanz ni Barcina iban a intervenir en debates, UPN —en una muestra más de su mentalidad cortijera— pretendía que nadie más lo hiciera (Navarra, de reino a provincia —una más— y de provincia a cortijo del PP). Afortunadamente, es difícil controlar todos los medios y sus agendas, así que hubo debates. La reacción fue inmediata y UPN se apresuró a anunciar y proponer debates (sin exponer, desde luego, al poco fiable Sanz).


Ahora bien, la partida ya ha cambiado. UPN sigue encastillado en sus posiciones maximalistas, irracionales y tergiversadoras que hacen de su mensaje un enorme embuste. Pero es irrelevante, ya no tiene nada que aportar, es un convidado de piedra y son otros los protagonistas en una campaña en la que se habla de cuestiones sustanciales como el sistema de prestaciones sociales, la sanidad, la educación, la gestión municipal, la vivienda, el transporte público, el empleo de los jóvenes o la manera de conjugar infraestructuras y sostenibilidad ambiental. La propia Barcina lo ha reconocido así al preguntarse si tiene sentido hablar de peatonalización o de carril bici cuando se puede hablar de la lista de ANV. Se le ve el plumero de su talante autoritario, de la carencia de propuestas y del desinterés por algo que no sea el poder por el poder.


La reacción a los malos augurios es la única que conoce la derecha: el exabrupto, la amenaza, el chantaje. El mítin de Baluarte ha sido la primera muestra de un final de campaña que se anuncia feroz y sucio (basta leer la prensa digital de extrema derecha): tanto Sanz como Barcina han recurrido al miedo, adobándolo con abundantes estupideces sobre banderas, barracas políticas y euskera (Barcina) o la fractura social y el oscuro futuro que nos espera si no gobierna UPN (Sanz). El fantasma de la huída de inversiones también ha sido exhibido como amenaza por CDN, olvidando un detalle fundamental: las inversiones rentables, las generadoras de riqueza, las que aportan tecnología y requieren mano de obra cualificada, prefieren localizaciones con servicios públicos (sanidad, educación) de calidad, con menores desigualdades sociales, tolerantes, abiertas y poco crispadas. Lo contrario de lo que es capaz de ofrecer UPN-CDN.


Así las cosas, es comprensible la desazón episcopal y que se incite a los católicos a reflexionar sobre la conveniencia de votar a partidos que asumen con mayor pureza la doctrina social de la Iglesia que UPN. La pena es que Falange (la del obispo es la de las JONS, no confundir) no presenta listas y sus simpatizantes se verán en el trance, una vez más, de votar a esa amalgama-batiburrillo que es UPN.